Durante todos estos años –sobretodo desde que salí de la escuela- me he mantenido lo más lejos posible de cualquier asunto relacionado con las matemáticas o los números en general. Ahora compruebo su importancia, claro, no es casual que muchas de las antiguas culturas americanas hayan tenido tanta cercanía con esta ciencia. Los Mayas con ese asombroso conocimiento sobre astrología, o los Incas y el misterio que aún esconden esas soguillas anudadas llamadas Quipus que utilizaban para “algo más” que contar números. En fin, quizás el acercamiento a los números sea algo natural en el ser humano, naturalidad que muchas veces la escuela misma ha borrado -con esa perfección desarrollada para cometer los actos más atroces- gracias a esos nefastos personajes que, regla en mano, amenazan al estudiante haciendo del conocimiento algo aborrecible. Tan es así que muchos niños –y no menos adolescentes- rechazan, con denodado tesón, cualquier planteamiento que los lleve al descubrimiento de algo a partir del esfuerzo intelectual. Pero si algo no han aprendido a rechazar los niños es -ese don tan propio de ellos- el juego. Existen en primer lugar, y que además son los más utilizados, los juegos llamados colectivos, donde muchos niños corren, se organizan, siempre a partir de las instrucciones de algún adulto o un líder de entre ellos, a este tipo de prácticas me atrevería a llamar juegos – masa. Pero por otro lado también están los juegos individuales, aquellos en que el niño se enfrenta a un reto sin nadie a su alrededor, en clara confrontación con él mismo a partir de este reto. Eso es el sudoku, la posibilidad del niño para alejarse de un entorno masificador (familiar, escolar, amical) para adentrarse en lo más profundo de su conciencia, de donde partirá renovado y con la capacidad crítica para enfrentar ese inevitable entorno homogeneizante en el que todos nos desarrollamos. Y dado que los niños poseen tantos menos prejuicios mentales que nosotros los adultos, como estrellas existen en la infinitud del firmamento, tienen una gran ventaja para asimilar el valor social que este juego encierra. He podido comprobar durante los últimos meses, que los niños que practican sudoku tienen un mayor nivel de autosuficiencia frente a los demás niños que no lo practican. Intuyo que esto se da gracias a ese aislamiento que el juego plantea, pero también a otro factor que considero de relevante importancia, y es que para resolver el sudoku se hace necesaria la exactitud, una exactitud que parte del análisis de varias posibilidades, así, estos niños, en su vida misma, aprenden a evaluar posibilidades antes de tomar una decisión, entonces, cuando se integran a sus grupos de convivencia, pierden la categoría de masa para convertirse en sujetos críticos frente a su entorno. Claro, ya la sociedad, en todos estos siglos de sometimiento, ha aprendido a desarrollar estrategias para combatir e integrar a este tipo de niños a su sistema de homogeneización, estrategias que van desde la humillación y el rechazo, hasta un tratamiento especial –principalmente maternal- para estos futuros subversivos. Igual nunca todo esta perdido, y si bien es cierto el sudoku no pueda hacer demasiado por nosotros a estas alturas de nuestra existencia, sí puede lograr cambios fundamentales en esas brillantes e inmaculadas mentalidades que los niños poseen.
28 de agosto de 2007
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